jueves, 17 de abril de 2008

No les dejé buenos recuerdos


Allí estábamos, bajo las gotas impertinentes de lluvia, tomando un café y una soda italiana de cereza. La miré sin parpadear varias veces. Estábamos hablando de nuestro desempeño en las relaciones y ella tenía estrategias extraordinarias. Salí perdiendo. No era una competencia, es cierto, pero me dio envidia su seguridad. Yo no puedo ser como tú, confesé. Varios minutos después pude decirlo con claridad: creo que puedo ser una estudiante sobresaliente, buena sobrina, una prima solidaria, una madrina que despertará envidias, una amiga leal —no logré una relación estable como hija o hermana, pero esa es otra historia— y, sin embargo, soy una pésima pareja. Es triste, pero es cierto. Por un momento lamenté los malos momentos que les hice pasar a mis hombres favoritos de ciertas etapas de mi vida. No les dejé buenos recuerdos. Es simple, lo hago mal, no sé como ser buena pareja. Todos tienen algo grave que reclamarme. Espero que nunca hagan una demanda común para la compensación de los daños. No me alcanzaría el dinero. Los quise, mal, pero los quise. Amé, de forma nebulosa, pero amé. No sirve de justificación, soy culpable, acepto los cargos. Debí irme a tiempo o no entrar. Siempre, en los momentos cruciales, la distancia la ponen ellos. De repente me vuelvo un cólico en el alma, urgente de desaparecer. A veces, hasta soy el objeto de malas venganzas, pero al fin y al cabo venganzas. Sí eres una amiga extraordinaria, dijo ella. Gracias, quizá debamos irnos ya. Mientras pedíamos la cuenta pensé que por el momento no ser pareja de nadie es mi labor humanitaria. Eres una gran amiga, repitió. Y trataré de seguirlo siendo, creo que eso me sale bien. La gente tiene habilidades, un desempeño sobresaliente en el amor, no es una de las mías. No es para provocar compasión, es pura selección natural. Fue una tarde muy provechosa, vete con cuidado. La observé subirse al transporte que la llevaría a su casa, perderse bajo las impertinentes gotas de lluvia, y me dio envidia su seguridad.


martes, 1 de abril de 2008

Treinta para los treinta

Comienza la cuenta regresiva: 30, 29, 28, 27, 26, 25…y se acaba mi propia década de los veintes. Hasta ahora advierto que la cuenta progresiva, la de los años, aunque pasó igual de rápido, me causó una incertidumbre mucho menor, esa arrogancia de la juventud más joven me hizo creer que todo estaba controlado y en orden.
No es que mi vida sea ahora un desastre, me gusta, incluso soy feliz muchas horas al día, pero hay cosas que no he podido poner en su lugar. Ahora que faltan sólo treinta días para mis treinta años me ha dado por pensar en lo que tengo, en lo que he ganado, lo que perdí, lo que no he podido tener, en fin, abrí las maletas del recuento y encontré: varios kilos de más, varias ilusiones de menos, mi corazón roto y reconstruido no recuerdo cuantas veces (pérdida total creo que dos), cientos de canciones nuevas, la voz rasposa de Sabina atravesando los años, los litros incontables de cerveza que me he bebido, esos tangos que tanto le gustan a mi papá, algunos libros entrañables, Rayuela varias veces, mucho tiempo perdido, un idioma nuevo, una ahijada, el miedo superado de aprender a manejar, la diversión del messenger, lágrimas, muchas, pero también muchos hombros para secarlas, amigas que son tan de mí como mi voz aguda, una maestría que no se acaba, una familia cobarde y una familia valiente, una hermana que no conozco y otras que dejé de conocer, un papá con el que nunca hablo y unos tíos que nunca han dejado de hablarme, bodas de amigos, buenos amigos, a las que no fui invitada, amantes de mis amantes a las que no superé, los labios delgados de un hombre aún más delgado, la venganza de un pianista, deseos de correr, de salir, de volar, ambiciones de ser única (lo suficiente para ser la única), una canción inspirada en mí, la cara borrosa de gente que se ha disuelto en una noche y me ha dicho justo lo que quería escuchar, una serenata, chistes malos que aún me hacen reír, su espalda que nunca fue mía, muchos errores, buenas películas, un par de traiciones, alguna genialidad, cascadas de colores que brotaban de sus manos, mis amigas otra vez, el mar desde la Habana, un título que dice “historiadora” escrito con desvelos, las ganas de esa propuesta que nunca llegó en serio, nombres que hoy recuerdo y que ya no me recuerdan, mis pies muertos de ansia por pisar alguna vez París, Buenos Aires, Nueva York y Toronto, los consejos que no seguí, los abrazos que tanto me sirvieron, las personas que se han ido, las que regresaron, las que se perdieron y, allí, al fondo, la incertidumbre, porqué no sé que clase de sonrisa tendrán los nuevos recuerdos…